Y después de un viaje lleno de sol, llegué con mis papás a la pensión, nos sentamos en el jardín, nos tratamos bien y agarré del pasto un huevito roto, de un pajarito que ya había nacido.
¿Podía ser más obvio el destino?
Justo tengo dos papás-pájaros y estoy rompiendo con mucho esmero el cascarón de la inocencia.
 
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