sábado, 26 de noviembre de 2011

Volemos, no importa si hace frío, si no es el momento, si es desubicado, poco moral, poco estético. No somos chiquitos como pájaros, pero tenemos alas y sabemos volar. Volemos a Islandia o a Valparaíso, a la plaza o a la panadería, no nos vamos a aburrir, nos vamos a conocer, y en el cielo.
Volemos como las cascada vuelan al suelo, como los locos vuelan a Saturno, como la gente buena vuela a otro mundo, menos cansado, más tímido.
Volemos sin mochilas, sin cosas que cuelguen, volemos con los ojos cerrados, con las manos juntas y en silencio.
Volemos juntos, pero callados, escuchemos solo nuestro vuelo, como pasa el tiempo y como nosotros nos quedamos.
Volemos sueltos, livianos, tranquilos.
Volemos con recuerdos pero sin nostalgia.
¿Hay otra forma a caso de llegar al sol?
No lo creo.


Si, si la hay, mirarte un ratito, tan secreto, tan minúsculo, tan gigante, apartandote de la realidad que te rodea, poniendote en mi cabeza, que creeme, es mucho mejor. Así puede uno llegar al sol... ¿Pero se está volando? ¿Se puede volar de esa manera? Yo creo que sí, de hecho no me cabe la menor duda.

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