martes, 7 de agosto de 2012

Uno puede dar lo más bonito que se le escapa por los poros, regalar su mejor idea, hacer lo que le cuesta, para ver a otro feliz. Y quizá todo eso que vemos gigante, esa actitud que ante nuestros ojos es heroica, para el otro puede ser una pequeña chispa casual.
¿Es la ceguera del otro o es el convencimiento propio de lo que no es real? (entiendo por real "lo que piensa la mayoría").
Quizá ser sensible me juega una mala pasada acá, porque a mi se me llena el pulso de sentimientos raros al ver un ratito el cielo, al escuchar una frase bonita, al ver pájaros volar. Y para el otro eso puede ser nada, y toda la poesía que uno lleva dentro, de repente se ve atacada, totalmente menospreciada por alguien que no sabe leerla, o al hacerlo, le aburre, no lo electrocuta dejándolo casi inmóvil (porque de eso se trata compartir la poesía propia, de dejar en el otro algo más que palabras huecas).
Uno se da cuenta de los roles, la razón, y todas esas cosas que la sociedad inventa para alimentar no más que el ego del hombre (y su pobreza), cuando salió del juego, cuando el tiempo pasó y la distancia ya no permite, me retracto, el ego no permite volver a entablar una relación con una persona.
No es distancia, no existe dificultad para perdonar o para escuchar o para volver, existe el ego, el enemigo interno con el que hay que pelear, la segunda personalidad traicionera que te juega malas pasadas. Uno deja el orgullo y tiene un mundo, un universo, a sus pies, a veces el mundo tiene nombre y apellido, otras veces es un remolino de primavera que roba sin escrúpulos una sonrisa.
El paraíso no es más que lo que nos rodea y nos hace feliz, lo que existe en el aquí y ahora. Buscar el paraíso en algo ajeno es declararse incompleto (y por ende infeliz). Atarse a religiones, vivir etiquetando desde la música hasta las personas, es quizás una manera de alejarse de la felicidad, o del camino más bonito que se puede llevar en la vida.

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