sábado, 30 de abril de 2011

Y de repente me desmoroné en mis recuerdos y abrí los ojos, agradecí haber vuelto a la realidad, se me había llenado el cabello de gaviotas, estaba frente a un precipicio mágico. Debo admitir que vacilé en primera instancia, luego lo seguí haciendo, ya acostumbrada a vacilar. No puedo explicar cómo aparecí allí, era inmenso, podían caber millones de caídas en simultaneidad, sin embargo estaba sola. Y me soplaba muy fuerte un viento en las pestañas, logré divisar muy lejos de mi, dónde el vacío ya no era vacío, la finalización del mar. El mar caía como catarata por el precipicio que estaba enfrente del mío, sin embargo nunca se vaciaba. De repente el cielo atardeció y volaron las gaviotas hacia el mar que caía infinitamente. Habían dejado un nido en mi cabeza, de ramas multicolores, y yo temblaba como una gelatina, cualquier movimiento podía hacerme caer y eso implicaría volver a nacer, no tenía ganas de crecer de nuevo, ni de aprender, sería una condenada a la vida; de por vida, otra vez. Despegué mis pies comencé a alejarme de mi reencarnación, y marché sonriente, nadie había descripto el limbo de esa manera. El piso se quebrantaba y ya no había gaviotas, me había alejado de toda representación de vida, pero todavía no me había deshecho de mí. Reposé mi cabeza sobre el suelo un momento, que en tiempo no se puede medir, y comencé a expulsar por mi nariz mi alma completa, cuando terminé de hacerlo, yo ya no era el cuerpo, era el alma expulsada. Era imposible deshacerme de mí, estaba tan pura, tan calma, tan joven, me aburría completamente, no podía permitirme tanta serenidad. Volví al precipicio, me arrojé al mar que terminaba, ya rojo se tornaba, estaba lista para recibir otro nombre, otro sexo, otros juguetes. De algo estaba segura mi mamá siempre iba a ser la misma, los cuerpos no me confundirían.
¡Puja, puja, ya llega! Escuché, hacía tiempo no escuchaba, y comencé a contar el misterio que en todos los mortales habita, todos sonreían, me acariciaban, pero no, no me entendían. Lloré con la pena mas sincera y virgen que en la vida podría llorar. Mis sabias experiencias no eran mas que balbuceos. Y sabía que cuando me llegara la posibilidad de explicarle al mundo lo que le tenía que explicar, ya me habría olvidado de todo. Por lo que me aseguré de lo que sabía, la miré a los ojos, dejé de llorar, y aunque todo había cambiado, ella seguía siendo la misma. Me sonrío, me entendió y dispuestas a luchar nuevamente contra los dragones de la vida, dormimos en el hospital, descansamos en el mundo característico por su dualidad. Y soñar nunca había sido tan cuerdo, ni tan bonito.

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